Thursday, April 06, 2006

EL FUTBOL ERA COSA DE HOMBRES

Como machoncita que fuí el fútbol fué y es una de mis pasiones, es más no veo las horas de que comience el mundial este año. Teniendo un hermano hombre cuatro años mayor que yo y otro cinco años menor que yo, aparte de la tanganada de primos hombres mi entrada al fútbol fue algo que me pasó, aparte que a mí me encantaba pelotear. Jugábamos en la quinta donde vivíamos, todos éramos niños y armábamos unos partidazos con nuestra viniball de plástico, la que mejor recuerdo era una anaranjada con los personajes de Mafalda. Mi mamá detestaba que peloteara como otro hombre y le encomendó a la vecina, una abuelita jubilada que por favor le avisara si mientras ella trabajaba yo había salido a jugar pelota. La viejita bien cumplida cuando llegaba el carro con mis padres al toque notaba desde mi ventana su siniestra sombra encorvada acercándose a la ventana de fierro de su sala, la abría, mi mamá se acercaba y yo ya sabía, vieja de mierda pensaba. Entraba mi mamita y me metía unos jalones de mechas y pellizcones que me dajaban sobándome por un buen rato. Así crecí peloteando entre pellizcones y jalones de mechas, para qué movía mi pelota, me encantaba tapar y me metía unas voladas espectaculares en la quinta. Recuerdo que a veces se paraba gente a mirar y todos se decían entre ellos, ¿es hombre o mujer?

Mi familia veraneaba al sur de Lima desde que tengo uso de razón, mis tías y tíos con sus familias todos entrábamos en la casa, cada familia tenía dos cuartos, al frente de la casa había un pampón y se armaban las pichangas contra los locales. Un día se dió fecha a la final de finales pues era ya el final del verano, mis primos y hermano todos estaban uniformados con sus chimpuncitos de toperoles de madera, y yo me moría por jugar, pero como el fútbol es cosa de hombres no me lo permitieron, fue humillante pues me dejaron sólo dar el play de honor, me dieron una florcita y dí la primera patadita a la pelota, claramente recuerdo que después de esa patadita regresé a la casa corriendo y llorando a la vez, me metí a mi cuarto y me tiré de panza en mi cama a llorar desconsoladamente con un dolor en el alma sin poder entender el por qué yo no podía jugar, mis papás y demás familiares se reían sin entender mi situación. No tengo mayor recuerdo de ese día aparte de ese momento, ojalá que hayan perdido ese partido.

Fuí creciendo y recuerdo las pichangas que se armaban en el club de la playa, como era mujer recuerdo que me sentaba en la tribuna sola y de forma azolapada a esperar que los chicos se apiaden de mí o de que falte alguien para poder entrar a jugar. Cuando me llamaban me ponía super feliz y jugaba como uno de ellos y hasta mejor, metía golazos y cuando me ponían de arquera volaba de palo a palo, me pusieron de apodo Quiroga. Tendría mis doce para entonces y las cosas empezaban a cambiar, los chicos me trataban como a una machona y las chicas igual, al final no tenía amigos de verdad, me sentía marginada. Cuando habían fiestas en el club me metía unas planchadas que salía sin raya de los tonos, no sólo fui marginada por ser machona sino también por no ser blanquita, ni pecosita, ni tener mi naricita en carne viva por tanto sol, etc. estúpidas cosas de la sociedad limeña que uno de niño no entiende.
Poco a poco fui dejando de jugar fulbito no porque ya no quisiera jugar, mis tetas crecían y crecían y ya me sentía fuera de sitio, aparte quería ser parte de ellos, los otros, los chicos y chicas del club y quería que me trataran como a uno de ellos, pero como no dió resultado, me refugié en la pesca, que para colmo de males también era cosa hombres.

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