Saturday, April 08, 2006

LA PESCA, UNO DE MIS REFUGIOS
Como no tuve éxito haciendo amigos en la playa de adolescente, la pesca se convirtió en uno de mis grandes refugios llenando todos mis espacios, rescatándome de mi soledad y sentimientos raros que me invadían.
Al veranear todos los años de mi niñez al sur de Lima, prácticamente hasta el día de mi autoexilio, no fué nada extraño que cayera en el mundo de la pesca. Crecí viendo a mi papá, tíos y primos mayores irse de pesca por las noches, en la mañana del día siguiente ponían todos los peces sobre papel periódico en la mesa de la cocina, chitones más que nada y de vez en cuando peces raros como el pez loro, la guitarra que parecía un duende, el pez globo, etc. Ellos siempre me traían muy-muy que yo usaba la mañana siguiente para ir de pesca, me pasaba todo el día sentada en las peñas conectada con la inmensidad de los oceanos por un cordel que sostenía con el dedo índice derecho.
Nunca olvidaré mi primer pescado, tendré que confesar que el primer verano no pesqué nada de nada, me quedé huevo, pero ya de tanto frecuentar las peñas los pescadores se iban acostumbrando a mi presencia cuando pasaban por donde yo estaba para llegar a peñas más altas y lugares a los que yo no tenía acceso por ser chica y porque ni hoy me treparía a esas peñas. Los pescadores parecían el hombre araña sobretodo cuando se metían a sacar pejesapos, con unas botas cortas,negras de jebe y un palo larguísimo que al final tenía una canasta, con destreza el Chino desafiaba las peñas y las olas calculando el momento indicado para poder saltar sobre rocas y así llegar a lugares que la ola tapaba cada vez que venía, yo lo miraba de un lugar seguro. Fue él, el Chino, pescador del pueblo que me ayudó a sacar mi primer pescado. Yo estaba parada en la peña tirando y nada pasaba, él estaba sentado en las peñas detrás mío arreglando sus cordeles para luego subir al peñón y mientras se preparaba, me observaba. Me llamó y me pidió que le llevara mi cordel, lo observó y me puso con sus manos de pescador un muy muy super blandito luego me dijo sígueme, dimos unos cuantos pasos y me dijo, pon tu cordel en este hueco y verás, yo obedecí, sumergí mi cordel en el hueco en forma de triángulo ubicado en un laberinto de piedras gigantes, cuando de pronto sentí un jalón del otro lado del cordel y con las mismas jalé yo también y que dicha la mía, saqué así mi primer pescado, un borrachazo! me quedé temblando como si hubiera sacado una chita de tres kilos, me sentí tan feliz, el Chino me miraba y sonreía bonachonamente. Así poco a poco la pesca se convirtió en una obsesión y mis habilidades se fueron incrementando. Juntaba mis propinitas y con mi hermanito nos íbamos caminando hasta la ferretería de los japoneses a unas diez cuadras de la casa donde vendían anzuelos, plomos y todo lo que necesitábamos. Fuí creciendo y ya los pescadores eran todos mis amigos, hombres de pueblo dedicados a la pesca como medio de vida muchas veces estuve con ellos en la mañanita o después de la puesta del sol cuando no había nadie más que ellos y yo, ahora viendo atrás en el tiempo pienso que pudieron aprovecharse de mí, pero eso nunca sucedió ellos fueron siempre respetuosos y educados conmigo, nunca ninguno insinuó nada raro, yo tendría mis trece años y estaba bien desarrolladita, ellos siempre me respetaron y me cuidaron, me daban consejos sobre pesca, "... para que te pique tal pez usa esta carnada, este tamaño de anzuelo, esta plomada," me decían y de vez en cuando hasta me regalaban un pescado. Yo sentía mucho cariño por ellos, por supuesto mi mamá se horrorizaba de sólo pensar que me pasaba primero horas de horas sentada en una peña caliente mientras toda la gente se bañaba en el mar y segundo que estaba rodeada de pescadores. Llegó un momento en que tenía que esconder mi cordel dentro de mi ropa de baño y así hacerle creer que no iba a pescar.
Mi lugar favorito fue el boquerón, allí saqué unas pintadillas hermosas, también zorros, pampanitos, cuando nos azotaba el fenómeno del Niño salían unos peces raros, recuerdo unos colorados que les pusieron princesas, en fin por supuesto los tramboyos y los borrachos nunca faltaron. Con el tiempo hasta podía reconocer por la picada que pez era el que estaba mordisqueando mi carnada. Cómo disfruté de la pesca, contemplando el mar subir y bajar, las infinitas olas, los multicolores cangrejos caminando por las peñas, los colores brillantes de las algas y estrellas de mar, qué bonitos recuerdos, la verdad fuí muy afortunada de poder compartir tantos momentos junto al mar.
Mi pescado más grande fué un lenguado y lo saqué de playa y al mediodía, todas las condiciones estaban en mi contra porque al mediodía ya no pica, había un solazo y un par de pescadores con caña probando suerte y que hasta el momento no habían sacado nada. Yo estaba descansando y de pronto me dije voy a hacer un tirito, uno nunca sabe, preparé el cordel, le puse un muy muy blando, revoleé y tiré mi cordel, esperé paciente cuando entonces sentí un picadón, jalé y lo agarré, carajo no sabía que hacer pues el pez empezó a correr de izquierda a derecha, con mi experiencia me pude calmar y lo empecé a jalar suavemente hasta que llegó a la orilla, pucha que buen lenguado mediría unos 50 cms. Los japoneses con sus cañas se acercaron y al toque se pusieron atentos pensando que ellos correrían la misma suerte, pero nones me tocó a mí no más.
Mientras tanto los otros chicos de mi edad se divertían en sus grupos tirados en la arena, algunos ya en parejitas, yo pasaba con mi calcal y mi canastita delante de ellos y por supuesto que ni me saludaban a pesar de que con muchos de ellos me había jugado unas pichangas de fulbito inolvidables cuando era más chica.
La pesca es algo muy especial que practico cada vez que se me da la oportunidad, para mí ir a pescar es más que eso, uno se sienta y se ensimisma por horas mirando el paisaje, paciente esperando la picada que a veces nunca ocurre, mientras el tiempo pasa uno se encuentra en comunión con la naturaleza y vagabundea por los rincones de uno mismo.

 
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