Monday, May 08, 2006

Qoyllur-Rity - I


La primera vez que escuché hablar de Qoyllur-Rity fue a través de una gringa que conocí en el aeropuerto y con la que me hice amiga para siempre. Ella se instaló en Cuzco donde vive por muchos años y había tenido la suerte de haber ido a Qoyllur-Rity por primera vez en el 1991. Cuando trató de explicarme su experiencia yo supe en mi corazón que el próximo año tenía que ir a ese peregrinaje sea como sea. El año se pasó volando y llegó el día de mi partida al Cuzco con el fin de ir a la celebración del Sr. de Qoyllur-Rity. La gringa me advirtió,...hace un frío de mierda así que tienes que venir preparada para eso, aparte la altura es brutal, casi 5,000 msm. trae un buen sleeping bag, yo te presto colchón y compartiremos mi carpa. Yo saqué de mi casa lo que pensaba me podía abrigar, siendo limeña no tenía la menor idea del frío que me esperaba, mi hermano mayor me prestó una casaca verde tipo militar algo acolchada y de material tipo cortaviento, tenía mis botas de segunda compradas en la cachina, me quedaban un poquito grandes pero con la cantidad de medias que me iba a poner para el frío no habría problema alguno, una amiga me prestó medias de lana que su mamá le tejió y una bolsa de dormir que parecía más para acampar en la playa que en las faldas del nevado Sinakara, pero entusiasmo me sobraba, había esperado un año por esto, coordiné mis vacaciones y me fui diez días a Cuzco.
La gringa se encargó de todo, alquiló la combi que compartíamos en total unas siete personas, la gringa, yo, el shamán por supuesto, un par de cuzqueñas que ayudarían con la cocina, dos europeas, una manquita que tocaba la trompeta y la otra una señora en sus intentos de convertirse en shamán. Nos recogieron a las tres de la madrugada, el camino hasta el pequeño pueblo de Mahuayani dura sus cuatro horas mínimo y teníamos que llegar lo más temprano para luego de Mahuayani comenzar el peregrinaje al santuario del Señor de Qoyllur-rity, ocho kilómetros cuesta arriba. Yo no sabía en lo que me había metido, pero algo más fuerte que yo me llevaba y yo me dejaba arrastrar, feliz de la vida.
Llegó la combi, blanca con llantas de camión, salimos con nuestro equipaje, el chofer lo amarró bien al techo y partimos en la noche fría y estrellada de Mayo. Yo estaba despiertísima, mientras el resto iba cabeceando yo contemplaba a través de la ventana las lucecitas amarillas de los pueblos y me preguntaba por dónde estaríamos, a la par contemplaba el cielo maravilloso del Cuzco, ese cielo que los limeños no tenemos, tupidito de estrellas y con estrellas fugaces que caen una y otra vez inesperadamente, mi corazón saltaba feliz mientras la combi seguía y seguía, de pronto paramos en una garita de control se hizo la revisión de documentos y comenzó el camino de tierra, subíamos por un interminable serpentín de polvo y las luces de los pueblos poco a poco se alejaban para luego verse diminutas muy abajo.
Toda la gente en la combi dormía y yo mientras tanto seguía hipnotizada mirando por la ventana sedienta de no se qué, iba contando estrellas fugaces cuando poco a poco la luz del cielo empezó a cambiar de color, estaba amaneciendo, que espectáculo ese color azul lápiz lázuli cubría el cielo sobre los Andes, y nosotros seguíamos en ese interminable zigzagueo cruzando pequeños poblados con casitas hechas de barro con techos de ichu algunas y otras con techos de planchas de metal, de las casitas salía humo por el techo. Finalmente después de varias horas de camino paramos en Tinqui para tomar algo caliente, usar el baño, un hueco en el suelo y punto, y seguir rumbo a Mahuayani. Tinqui era chiquitito, había una plaza principal rodeada de pequeños negocios, nos tomamos un cafecito violento y seguimos adelante. El motor de la combi era lo único que escuchaba, ese eterno acelera y desacelera en las curvas. Partimos hacia Qoyllur-riti antes que la mayoría de los peregrinos por lo que casi no estubimos en medio de tráfico cosa que me pasó en mi tercera visita al campo sagrado. Finalmente llegamos a Mahuayani, todos maltrechos del viaje nos bajamos de la combi, subimos el equipaje en mulas que irían por delante y empezamos la subida hacia el santuario.
Imagen: Mahuayani, Cuzco

 
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